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El coche rosa

Nada rompe el corazón de forma más profunda que una ruptura amorosa. Algunas a mayor escala, otras menos. No tiene nada que ver con la duración. Hay amores de unos cuantos días que se viven con mayor intensidad que amores de años. En una escala de Richter del dolor, lo que mide la intensidad del terremoto emocional de una ruptura, es con cuánta energía quiso uno. Y bien decía Wilde que cada vez que se ama es como si nunca hubiésemos amado a nadie. Cada nuevo amor, cada ilusión, se vive con un lente distinto. Cada amor que he vivido, tuvo un lente de color diferente: el más reciente, el rojo. Por las fuertes vibras, la conexión y la vividez con que sucedió todo. Al anterior, gris. Por lo doloroso que fue desde siempre, desde el primer beso. Al que estuvo antes, azul... porque fue tranquilo como el mar, aunque fuera difícil entrar en él. Y un poco antes, el amarillo: porque todo era luz junto a él. Quizás nadie me diera tanta paz en el mundo como él me la daba. Y sin embargo, fue el que